Sitio dedicado a la difusión del spanking, nalgadas o azotes eróticos o disciplinarios, entre adultos y de modo consensuado.

Relatos

Chicas de campo


La gente de campo, que habita zonas rurales o pueblos pequeños del interior del país, en general conserva tradiciones, costumbres y valores que en general en las grandes ciudades se fueron perdiendo. La palabra empeñada vale más que un papel firmado, un trato se sella con un apretón de manos, el respeto por los mayores, la cortesía con el prójimo, la virginidad de las mujeres solteras, la honra familiar; son valores que aún se conservan allí.


Otra costumbre que no se ha perdido es la de corregir las indisciplinas de los niños/niñas por medio de castigos físicos. Desobedecer una orden, contestar de mala manera, volver a casa después del horario de salida permitido, malas notas en la escuela y travesuras no permitidas son castigadas invariablemente con una “buena paliza en el culo”. En el campo, objetos como rebenques, fustas o látigos; que son utilizados habitualmente para domar o manejar a los caballos, se suelen construir de manera artesanal, siempre están presentes en las casas de familia y son utilizados en casos de faltas graves.

En esto suele haber cierto “machismo”; a los varones en general se les da más libertad, son tratados con menos severidad y generalmente los castigos físicos no se aplican mas allá de los 16 – 17 años de edad. En cambio para las mujeres el ritual de la “paliza en el culo” es mucho mas frecuente, casi cotidiano. Desde la mas tierna infancia, hasta la adultez (hasta que se casan o abandonan la casa paterna), cada vez que cometen un “error” sus posaderas pagan las consecuencias.

Este es el caso de Analía, una joven de 19 años, muy bonita, rubia, de ojos azules, estatura mediana (1.65), suave piel blanca, unas piernas perfectas y un culo imponente, hermoso, redondito, carnoso y bien paradito. Sus padres siempre fueron extremadamente severos, jamás le perdonaron una falta. De pequeña, hasta los 10 años aproximadamente las palizas eran aplicadas con la mano, sobre las rodillas de su padre, subiendo su faldita y bajando la bombachita sobre sus nalgas desnudas, A partir de esa edad, la modalidad cambió: cuando le anunciaban: “anda preparando el culo”, “anda a tu habitación que vamos a hablar” o “a la cama que vas a cobrar” ella sabía lo que tenía que hacer: debía ir a su dormitorio, preparar el cinto o el látigo (ambos instrumentos siempre estaban a mano sobre una viejo ropero), acostarse boca abajo en la cama, colocarse un almohadón debajo de sus caderas, desnudar sus nalgas y esperar a su padre. El padre muchas veces se demoraba, a veces mas de una hora, tiempo que le servia a ella para reflexionar e imaginar lo que estaba por venir. De muy pequeña aprendió que si protestaba o se resistía a recibir su castigo, el número de azotes recibidos automáticamente se duplicaba. Lo más usual eran unos 20 a 30 azotes con el cinto, que ella aceptaba dócilmente para no empeorar las cosas.

En caso de faltas graves, la cosa se complicaba: el instrumento utilizado era un látigo hecho de cuero trenzado, de 1 cm de diámetro aproximadamente, extremadamente doloroso y el número de azotes a veces llegaba a mas de 60. En estos casos madre y hermano colaboraban para inmovilizarla, sosteniendo sus manos y pies, porque no soportaba el dolor.

Las palizas se aplicaban aún si había visitas en la casa. Y después de la paliza, la humillación que significa permanecer en penitencia, mostrando su maltrecho culo a todo el mundo y con la cara contra la pared.

La peor paliza de Analía fue hace un año atrás: la encontraron fumando (o probando un cigarrillo). Ese mismo día terminó con el culo en llamas: 6 docenas de azotes con el látigo. Mientras el látigo implacable impactaba una y otra vez en sus suaves y delicadas nalgas, ella lloraba, gritaba y suplicaba. Tu cuerpo temblaba y sus nalgas bailaban al compás de los sonoros chasquidos. Los 72 impactos dejaron sus pompas increíblemente calientes, adoloridas, rojas y marcadas. Terminado el castigo, el dolor cambió a ardor, sentía como si tuviese su trasero hinchado, inflamado, despellejado.

Por desgracia, el castigo por esa falta no había terminado, los 15 día subsiguientes recibiría cada mañana antes de levantarse y cada noche al acostarse; una dosis de 15 a 20 azotes para recordarle lo perjudicial que es el cigarrillo para la salud.

Hoy día Analía a sus 19 años sigue recibiendo regularmente sus palizas. En promedio, unas dos veces por semana. La foto mostrada corresponde a una modelo argentina, que tiene bastante parecido a Analía.